Precipitado de esta manera Demetrio de su alto estado, huyó a Casandrea, donde File, su mujer, llena de pesadumbre, no tuvo valor para ver a Demetrio, el más miserable de los reyes, otra vez reducido a la clase de particular y fugitivo; así, perdiendo toda esperanza y maldiciendo su fortuna, más firme en los males que en los bienes, tomó un veneno y murió. Demetrio, con el designio de recoger todavía los restos de aquel naufragio, navegó a la Grecia y reunió los generales y amigos que allí tenía. La comparación que el Menelao de Sófocles hace con su fortuna cuando dice El hado mío, en la inconstante rueda de Fortuna, se vuelve de continuo, cambiando siempre su presente estado: como el aspecto de la varia Luna, que dos noches no puede ser el mismo, sino que hoy de lo oscuro nueva sale, embelleciendo y redondeando el rostro, y cuando mayor luz y brillo ostenta otra vez cae, y toda desparece, parece que cuadraría mejor con las cosas de Demetrio, con sus crecientes y sus menguantes, sus brillanteces y sus oscuridades; pues pareciendo que entonces desfallecía y se apagaba del todo, volvió otra vez a resplandecer su poder, y juntó aun algunas fuerzas, con las que recobró algún tanto su esperanza. Mas ello es que entonces por la primera vez anduvo recorriendo las ciudades como simple particular, despojado de las insignias reales; y viéndole uno en Tebas en esta situación, le aplicó, no sin gracia, estos versos de Eurípides: De Dios mudada la esplendente forma en la de hombre mortal, a nuestra vista cabe el cristal de Dirce se presenta y del Ismeno en la apacible orilla.