Pero esto fue más adelante. Cuando la república se dividió en facciones, uniéndose los del Senado con Pompeyo que residía en Roma, y llamando de las Galias los del partido popular a César, que tenía un ejército poderoso, Curión, el amigo de Antonio, que, mudado el propósito, fomentaba la facción de César, se llevó a Antonio tras sí, y como además de tener por su elocuencia grande influjo sobre la muchedumbre gastase con profusión de los caudales enviados por César, hizo que Antonio fuera nombrado tribuno de la plebe y después sacerdote de los agüeros, a los que llaman Augures. Constituido Antonio en su magistratura, fue mucho lo que sirvió a los que estaban por César; porque, en primer lugar, poniendo el cónsul Marcelo a disposición de Pompeyo los soldados que ya se habían levantado, y dándole facultad para levantar más, lo estorbó Antonio escribiendo un edicto por el que se disponía que las fuerzas reunidas marchasen a la Siria en auxilio de Bíbulo, que hacía la guerra a los Partos, y que las que levantase Pompeyo no estuviesen a sus órdenes. En segundo lugar, como los del Senado rehusasen recibir las cartas de César, y no permitiesen que en él se leyeran, Antonio, valiéndose de su autoridad, las leyó e hizo que muchos mudaran de dictamen, pareciéndoles que César andaba moderado y justo en lo que proponía. Finalmente, habiéndose hecho en el Senado estas dos proposiciones: si parecía que Pompeyo disolviera el ejército y si parecía que lo disolviera César, como fuesen muy pocos los que opinaban que dejase las armas Pompeyo, y todos, a excepción de unos cuantos, estuviesen por que las dejara César, levantándose Antonio hizo esta otra proposición: si parecía que Pompeyo y César a un tiempo dejaran las armas y disolvieran los ejércitos; y esta opinión la abrazaron con ardor todos, y haciendo grandes elogios a Antonio deseaban que quedase sancionada. Repugnáronlo los cónsules, y de nuevo presentaron los amigos de César otras instancias que parecieron equitativas; pero se declaró contra ellas Catón, y el cónsul Léntulo expulsó del Senado a Antonio, el cual al salir hizo contra ellos mil imprecaciones, y vistiéndose las ropas de un esclavo, tomó alquilado un carruaje y con Quinto Casio marchó en busca de César. Presentados ante éste, decían a gritos que ya en Roma todo estaba trastornado y en desorden, pues ni aun los tribunos gozaban de ninguna libertad, sino que era desechado y corría gran peligro cualquiera que articulase una palabra en defensa de la justicia.