En consecuencia de esto, tomando César su ejército, entró con él en la Italia, y con alusión a esto dijo Cicerón en sus Filípicas que Helena había sido el principio de la guerra troyana, y Antonio de la civil, faltando conocidamente a la verdad; porque no era Gayo César un hombre tan manejable y tan fácil a perder con la ira el asiento de su juicio, que a no haber tenido de antemano resuelto lo que hizo se había de haber arrojado a hacer tan repentinamente la guerra a la patria, por haber visto a Antonio mal vestido, y que éste y Casio habían tenido que huir a él en un carruaje alquilado, sino que la verdad fue que, estando tiempo había deseoso de aprovechar cualquier motivo, esto le dio una apariencia y disculpa a su parecer decente para la guerra, y le arrastraron contra todos los hombres las mismas causas que antes a Alejandro, y en tiempos más remotos a Ciro, al saber: una codicia insaciable del mando y una loca ambición de ser el primero y el mayor, lo que no le era dado conseguir sino acabando con Pompeyo. Luego que puesta por obra su resolución se apoderó de Roma y arrojó a Pompeyo de la Italia, siendo su determinación ir primero contra las fuerzas de Pompeyo en España y, después de haber preparado una armada, marchar contra el mismo Pompeyo, dio el mando de Roma a Lépido, que era pretor, y a Antonio, tribuno de la plebe, el de los ejércitos y toda la Italia. Bien presto éste se hizo tan amigo de los soldados, ejercitándose con ellos, poniéndose para todo a su lado y haciéndoles donativos según podía, como odioso a todos los demás; porque con sus distracciones no cuidaba de dar oídos a los que sufrían injusticias, trataba mal a los que iban a hablarle, y no corrían buenas voces en cuanto a abstenerse de las mujeres ajenas. Así es que el imperio de César, que por él mismo cualquiera cosa podía parecer menos que tiranía, lo desacreditaron e infamaron sus amigos, entre los cuales Antonio, que fue el que cometió mayores violencias según el mayor poder que tenía, fue con justicia el más culpado de todos.