Sin embargo, cuando César volvió de España, pasó por encima de estos excesos; y en valerse de él para la guerra, como de un hombre activo, valiente y hábil, ciertamente que no la erró; pues pasando él desde Brindis al Mar Jonio con muy pocas fuerzas, despachó los transportes, enviando orden a Gabinio y a Antonio de que embarcaran las tropas y con toda celeridad se dirigieran a la Macedonia. No se determinó Gabinio a emprender aquella navegación, que era difícil en la estación del invierno, e hizo con el ejército un largo camino por tierra, pero Antonio, temiendo por César, que había quedado entre muchos enemigos, hizo retirar a Libón, que tenía guardada la boca del puerto, cercando las galeras de éste con multitud de lanchas, y embarcando en las naves que tenía preparadas ochocientos caballos y veinte mil infantes, se hizo a la vela. Habiendo sido visto y perseguido de los enemigos, pudo libertarse de este peligro porque un recio vendaval agitó impetuosamente el mar y combatió con furiosas olas las galeras de éstos; pero arrebatado al mismo tiempo con sus naves hacia rocas escarpadas y simas profundas, había perdido toda esperanza de salud, cuando repentinamente sopló del golfo un viento ábrego que repelió las olas de la tierra al mar, y apartándose él de ella, y navegando a todo su placer, vio la orilla llena de despojos de naufragio. Porque el viento había arrojado a ella las galeras que le perseguían, y muchas se habían estrellado. Apoderándose, pues, Antonio de no pocas personas y riquezas, tomó además a Liso e inspiró a César la mayor confianza, llegando oportunamente con tantas fuerzas.