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Saliendo, pues, de la ciudad Bruto y los demás conjurados, los amigos de César acudieron a Antonio, y su mujer Calpurnia, poniendo en él su confianza, le llevó en depósito, la mayor parte de sus intereses, que sumados ascendían a cuatro mil talentos. Ocupó también Antonio los libros de César, entre los cuales se hallaban los registros de sus determinaciones y resoluciones, y añadiendo él a su voluntad lo que le pareció, a muchos los designó magistrados, a muchos los hizo senadores, a algunos los restituyó del destierro, o estando presos los puso en libertad, como si así lo hubiese tenido ordenado César. Así, a todos éstos los llamaban los Romanos, con una chistosa alusión, Caronitas, porque para defenderse de sus cargos acudían a los registros de un muerto. Otra infinidad de cosas hizo Antonio con igual despotismo, valiéndose de que era cónsul y de que tenía por colegas a sus hermanos, siendo Gayo pretor, y Lucio tribuno de la plebe.

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