Su intento era tratar con las tropas que allí había, mandadas por Lépido, que parecía ser amigo de Antonio, a causa de haber disfrutado por su mediación del favor de César para muchos negocios. Llegando, pues, y acampándose cerca, cuando vio que no se hacía con él demostración ninguna de amistad, se decidió a tentarlo todo. Llevaba el cabello desgreñado, y en el tiempo que había mediado desde la derrota, le había crecido una espesa barba; tomó además la toga de duelo, y llegando en esta disposición muy cerca del valladar de Lépido, empezó a hablarle. Como muchos se hubiesen conmovido al verle y mostrasen ablandarse con sus palabras, temió Lépido y, haciendo tocar trompetas, evitó con el ruido que pudiera ser oído Antonio. Mas en los soldados aun fue mayor por esto la compasión, y habiendo hablado en secreto unos con otros, le enviaron a Lelio y Clodio disfrazados con las ropas de unas mujerzuelas, para que dijesen a Antonio que acometiera sin miedo al valladar, porque había muchos que le recibirían y si quería darían muerte a Lépido. En cuanto a éste, no permitió Antonio que se le tocase; pero teniendo su ejército pronto a la mañana siguiente, tentó pasar el río, y entrando él el primero, marchó denodado a la orilla opuesta; mas a este tiempo ya vio a muchos de los soldados de Lépido que le alargaban las manos y derribaban el valladar. Entrando, pues, y haciéndose dueño de todo, trató a Lépido con la mayor consideración, porque le saludó apellidándole padre; y aunque en la realidad él lo mandaba todo, éste conservaba el nombre y honores de emperador; esto hizo que también se le agregara Munacio Planco, acantonado no muy lejos de allí con bastantes tropas. Fortalecidos de esta manera, volvió a pasar los Alpes hacia Italia, trayendo diecisiete legiones de infantería y diez mil caballos; y además de esto todavía dejaba de guarnición en la Galia seis legiones con un tal Vario, amigo y camarada suyo, al que por apodo llamaban Cotilón.