Ya César se desentendía de Cicerón viéndole decidido por la libertad, y por medio de sus amigos llamaba a Antonio a conciertos. Reuniéndose, pues, los tres en una isleta que formaba el río, tuvieron tres días de conferencias; y en todo lo demás se convinieron fácilmente, repartiendo entre sí toda la autoridad como pudieran una herencia paterna; pero en la contienda sobre qué ciudadanos eran los que habían de perder se detuvieron mucho, y les costó gran trabajo el avenirse, queriendo cada uno acabar con sus enemigos y salvar a sus allegados. Finalmente, abandonando los que eran aborrecidos a la ira de los que los aborrecían, sin tener cuenta del deudo y honor del parentesco ni de la gratitud de la amistad, César dejó a Cicerón en manos de Antonio, y en las de César éste a Lucio César, que era tío suyo por parte de madre; a Lépido se le permitió matar a su hermano Paulo; otros dicen que Lépido cedió en cuanto a Paulo, siendo los otros los que pedían su muerte. Lo cierto es que no puede verse una cosa más atroz y cruel que estos cambios; porque permutando muertes por muertes, del mismo modo que a los que recibían mataban a los que entregaban; pero siempre eran más injustos con los amigos, a quienes daban muerte sin aborrecerlos.