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Los soldados que asistieron a estos tratados pidieron que aquella amistad se confirmara con un casamiento, tomando César por mujer a Claudia, hija de Fulvia, la mujer de Antonio. Acordado también esto, fueron trescientos los proscritos a quienes dieron muerte, y ejecutada la de Cicerón, mandó Antonio que le cortaran la cabeza y la mano derecha, con que había escrito las oraciones que compuso contra él. Traídas que le fueron, las estuvo mirando con el mayor placer, dando grandes y repetidas carcajadas, y cuando ya se hubo saciado, mandó se pusieran sobre la tribuna en la plaza, queriendo insultar a un muerto, y no echando de ver que era su propia fortuna a la que insultaba y que él mismo era el afrentado en manifestar semejante poder. Lucio César, su tío, a quien anduvieron buscando y persiguiendo, se había refugiado en casa de su hermana, la cual, cuando los matadores llegaron, como pugnasen por entrar en su cuarto, se puso en la puerta, y extendiendo los brazos les gritó muchas veces: “No mataréis a Lucio César si no me matáis primero a mí, que he dado a luz a vuestro general.” Habiendo sido mujer de esta resolución, con ella logró ocultar y salvar al hermano.

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