Habiendo Fraates dado muerte a su padre Hirodes, fueron muchos los Partos que tomaron la huída, y de ellos vino a acogerse a Antonio Moneses, varón muy principal y poderoso, al cual, como asemejase sus infortunios a los de Temístocles y comparase su propio poder y magnanimidad con los de los reyes de Persia, le hizo donación de tres ciudades, Larisa, Aretusa y Hierápolis, llamada antes Bambise. Envió el rey de los Partos quien ofreciera a Moneses su diestra en señal de reconciliación, y Antonio manifestó placer en mandarle, porque tiraba a engañar a Fraates con la idea de la paz, para ver si así recobraría las insignias que tomaron a Craso y los soldados que todavía sobreviviesen. Remitió por entonces a Cleopatra a Egipto, y marchando por la Arabia y la Armenia, donde se le reunieron sus tropas y las de los reyes aliados, que eran muchos, y el más poderoso de todos, Artavasdes, rey de Armenia, que se presentó con diecisiete mil caballos y siete mil infantes, hizo el alarde de su ejército. De los Romanos eran los infantes sesenta mil, y diez mil hombres de caballería de Españoles y Galos incorporados a los Romanos; y de las demás naciones, entre caballería y tropas ligeras, treinta mil hombres. Todo este aparato y este poder, que infundió terror hasta en los Indios de la otra parte de la Bactriana y conmovió toda el Asia, dicen que se inutilizó en su mano a causa de Cleopatra; porque apresurándose a ir a pasar con ella el invierno, precipitó la guerra antes de tiempo, y todo lo hizo arrebatada y tumultuariamente, como hombre que no estaba en su acuerdo, sino que, como con hierbas o hechizos, tenía siempre los ojos puestos en ella, y atendía más a volver cuanto antes a su lado que a domar a los enemigos.