Vino en esto el día, y cuando el ejército empezaba a tomar algún orden y descanso, encontrándose los de la retaguardia molestados por las saetas de los Partos, se dio a las tropas ligeras la señal de batalla. La infantería volvió a formar tejado con los escudos y a esperar en esta disposición a los enemigos, que no se atrevían a acercarse. A poco que así caminaron los de vanguardia se descubrió ya el río, y formando Antonio su caballería al frente de los enemigos, pasó primero los enfermos. Después ya tuvieron facilidad y seguridad para beber aun los que habían combatido, pues los Partos, luego que vieron el río, aflojaron las cuerdas de los arcos, y decían a los Romanos que pasaran tranquilos, celebrando mucho su valor. Pasaron, pues, sosegadamente, y luego que se hubieron repuesto, continuaron su marcha, no fiándose todavía de los Partos. Al sexto día después del último combate, llegaron al río Araxes, que divide la Media de la Armenia. Parecióles más profundo y rápido en su curso, y corrió la voz de que allí les tenían armada celada los enemigos para cuando pasasen; pero le pasaron sin ser inquietados, cuando pisaron el suelo de la Armenia, como si acabaran de tomar tierra saliendo del mar, lo besaron, llorando de gozo y abrazándose unos a otros. Como marchasen entonces por una región abundante y lo tuviesen todo de sobra después de la mayor miseria y escasez, enfermaron de hidropesía y cólicos.