Cuando ya se trabó el combate y vinieron a las manos, no había choques ni roturas de naves, porque las de Antonio, por su pesadez, no tenían ímpetu, que es el que hace más poderosos los golpes de los espolones, y las de César, no solamente se guardaban de ir a dar de proa contra unos espolones firmes y agudos, sino que ni siquiera se atrevían a embestir a las contrarias por los costados, porque las puntas de los suyos se rompían tan pronto como daban en unas naves hechas de grandes maderos cuadrados, compaginados unos con otros con abrazaderas de hierro. Era, pues, parecida esta pelea a un combate de tierra o, por decirlo mejor, a un combate mural; porque tres o cuatro naves acometían a una de Antonio, y usaban de chuzos, de lanzas, de alabardas y de hierros hechos ascua, y los de Antonio lanzaban también con catapultas armas arrojadizas desde torres de madera. Mas extendiendo Agripa la otra ala con el objeto de envolver a los contrarios, precisado Publícola a hacer otro tanto, quedó desunido el centro. Causó esto en él algún desorden, combatido como se hallaba por las naves del Arruncio; cuando todavía la batalla era común y se mantenía indecisa, se vio de repente a las sesenta naves de Cleopatra desplegar las velas para navegar y huir por medio de los que combatían, porque estaban formadas a espaldas de las naves grandes, y al partir tur- baron su formación. Mirábanlas los enemigos, asombrados al ver que con viento favorable se dirigían hacia el Peloponeso. Vióse allí claramente que Antonio no se condujo ni como general ni como hombre que hiciera uso de su razón para dirigir los negocios, sino que hubo así como quien dijo por juego que el alma del amante vive en un cuerpo ajeno; fue él arrastrado por aquella mujer como si estuviera adherido y hecho una misma cosa con ella; pues no bien hubo visto su nave en huída, cuando, olvidado de todo, abandonando y dejando en el riesgo a los que por él peleaban y morían, se trasladó a una galera de cinco órdenes, no llevando consigo más que a Alejandro, Siro y a Escelio, y se fue en seguimiento de aquella perdida, que al fin había de perderle.