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Conocióle ésta, e hizo señal desde su nave, a la que alcanzó, y fue en ella recibido: pero ni vio a Cleopatra ni se dejó ver de ella, sino que, pasando a la proa, se sentó allí sin hablar palabra, apoyando la cabeza sobre entrambas manos. Viéronse en esto buques ligeros de los de César que iban en su alcance, y haciendo volver de proa su nave, consiguió que se retiraran los demás; pero el lacedonio Euricles continuaba en acometerle con denuedo, blandiendo una lanza desde la cubierta en actitud de arrojársela. Levantóse en esto Antonio, y preguntando: “¿Quién es el que persigue a Antonio?”, le respondió aquel: “Yo soy Euricles, hijo de Lácares, que, ayudado de la fortuna de César, vengo la muerte de mi padre.” Había sido Lácares condenado por Antonio en causa de piratería a ser decapitado. Con todo, no acometió Euricles a la nave de Antonio, sino que, embistiendo con la bronceada punta a la otra de las naves capitanas, porque eran dos, le hizo dar una vuelta en redondo, y habiendo caído de costado, la tomó, así como a una de las otras, en que había alhajas de valor, de las que sirven al uso cotidiano, Retirado éste, volvió Antonio a su anterior postura, y en ella permaneció taciturno. Pasó tres días solo en la proa, o por enfado o por tener vergüenza de presentarse a Cleopatra, y así arribó a Ténaro. Allí, las mujeres que eran más de su confianza hicieron que primero se hablasen, y después que comiesen y reposasen juntos. En tanto iban ya llegándoles muchos de los transportes, y algunos de los amigos que escaparon de la derrota, los cuales les informaban de que la escuadra se había perdido; pero creían que el ejército se mantenía en pie. Envió Antonio mensajeros a Canidio con orden de que sin dilación se retirara con el ejército por la Macedonia al Asia, y pensando en dirigirse desde Ténaro al África, escogió uno de los transportes, cargado de mucho dinero y de muchas alhajas de oro y plata de las de palacio, y lo dio a sus amigos, diciéndoles que lo partieran y se pusieran en salvo. Resistíanse éstos con clamores y llanto; pero consolándolos con la mayor bondad y afecto, e interponiendo súplicas, al cabo los despidió, escribiendo a Teófilo, su mayordomo residente en Corinto, para que les proporcionase seguridad y los tuviese ocultos hasta que pudieran alcanzar clemencia de César. Era este Teófilo padre de Hiparco, que alcanzó gran poder con Antonio, y fue el primero de sus libertos que se pasó a César, el cual más adelante se fue a habitar a Corinto.

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