De los amigos de César, era uno el joven Cornelio Dolabela, el cual se había agradado de Cleopatra, y entonces, por hacerle este obsequio, condescendiendo con sus ruegos, le participó reservadamente que César se disponía a marchar por tierra por la Siria, y a ella y sus hijos tenía determinado enviarlos a Roma de allí a tres días. Recibido este aviso, lo primero que hizo fue pedir a César que le permitiera celebrar las exequias de Antonio, y habiéndoselo otorgado, marchó al sepulcro, y dejándose caer sobre el túmulo con las dos mujeres de su comitiva: “Amado Antonio- exclamó-, te sepulté poco ha con manos libres; pero ahora te hago estas libaciones siendo sierva, y observada con guardias para que no lastime con lloros y lamentos este cuerpo esclavo, que quieren reservar para el triunfo que contra ti ha de celebrarse. No esperes ya otros honores que estas exequias, a lo menos habiendo de dispensarlos Cleopatra. Vivos, nada hubo que nos separara; pero en muerte, parece que quieren que cambiemos de lugares: tú, romano, quedando aquí sepultado, y yo, infeliz de mí, en Italia, participando sólo en esto de tu patria; pero si es alguno el poder y mando de los dioses de ella, ya que los de aquí nos han hecho traición, no abandones viva a tu mujer, ni mires con indiferencia que triunfen de ti en esta miserable, sino antes ocúltame y sepúltame aquí contigo, pues que con verme agobiada de millares de males, ninguno es para mí tan grande y tan terrible como este corto tiempo que sin ti he vivido”.