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Maravillóse sobremanera Dionisio de su magnanimidad, y se pagó mucho de su pronta disposición a servirle; pero los otros, dándose por reprendidos con su largueza, y por humillados con su poder, tomando de aquí mismo principio, no se abstuvieron de expresión ninguna conque pudieran excitar odio en aquel joven contra él, persuadiéndole que por medio de las fuerzas marítimas aspiraba a la tiranía, y que quería con las naves traspasar el poder a los hijos de Aristómaca, que eran sus sobrinos, aunque las causas principales para el odio y la envidia las tomaban de la diferencia de su conducta y de la ninguna semejanza en el tenor de vida. Porque aquellos, apoderándose desde luego del trato y la confianza de un tirano joven y mal educado con placeres y lisonjas, estaban continuamente inventando algunos amores y distracciones no interrumpidas, de beber, de frecuentar mujerzuelas y de otros pasatiempos indecorosos, con los que, dulcificada la tiranía como el hierro, apareció humana a los gobernados, y cedió de la misma dureza, embotada, no tanto por la bondad y mansedumbre como por la desidia del tirano. Desde aquel punto, yendo siempre a más, y creciendo de día en día la relajación de aquel joven, rompió ésta y quebrantó aquellas ataduras de diamante con que dijo Dionisio el Mayor dejaba asegurada la monarquía; porque, según es fama, luego que se dio a estos excesos, hubo ocasión en que pasó noventa días seguidos en beber, y en todo este tiempo, estando el palacio cerrado e inaccesible a los negocios serios, sólo le ocuparon las embriagueces, las befas, las canciones, las danzas y las truhanadas.

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