Pensando que la causa de esto era la falta de instrucción, trabajaba por inclinarse a los estudios liberales y a que gustara los discursos y doctrinas que forman las costumbres, para que dejara de temer la virtud y se acostumbrara a complacerse con las cosas honestas; porque no era por índole este Dionisio de los tiranos más perversos, sino que su padre, por temor de que mudara de modo de pensar, y juntándose con hombres prudentes le armara asechanzas y le privara de la autoridad, le tenía cerrado estrechamente en su casa, ocupado, a falta de todo otro trato y de negocios en que ejercitarse, en hacer carritos, candeleros, sillas y mesas de madera. Porque Dionisio el Mayor era hombre tan desconfiado y tan suspicaz y medroso respecto de todos los hombres, que no se cortaba el cabello con navaja de afeitar, sino que venía un barbero para quemárselo con un carbón. A su habitación no entraban ni su hermano ni su hijo con los vestidos que llevaban, sino que para pasar adelante era necesario que se desnudara cada uno de la ropa con que iba vestido y tomara otra, viéndole desnudo los de la guardia. Porque una vez su hermano Léptines, para hacerle la descripción de un terreno, tomando la lanza de uno de los de la guardia, dibujó con ella aquel sitio, al hermano le riñó ásperamente, y al que le dio la lanza le quitó la vida. De sus amigos se guardaba con sumo cuidado por lo mismo que conocía su capacidad y prudencia, pues decía que los tales más quieren dominar que ser dominados. A un tal Marsias, que él mismo había promovido, y a quien había nombrado para una comandancia, le dio asimismo muerte porque había tenido un sueño en el que le parecía que pasaba con la espada al mismo Dionisio, diciendo que el haber tenido entre sueños esta visión nacía de haber meditado y hablado frecuentemente sobre ello; tan tímida y tan llena de maldades tenía el alma por el miedo aquel mismo, que se irritó con Platón porque no hizo ver que era el más esforzado de los hombres.