Como Dion le hiciese frecuentemente estas exhortaciones, mezclando en ellas algunos de los discursos de Platón, excitó en Dionisio un vehemente y furioso deseo de la doctrina y enseñanza de Platón. Enviáronse, pues, al punto a Atenas muchas cartas de parte de Dionisio, y muchas protestas de parte de Dion, a las que se agregaron otras de los Pitagóricos de Italia, instando también para que viniese, y ocupando aquella alma nueva, descaminada con la opulencia y el poder, la contuviese con los más poderosos discursos. Platón, avergonzándose, como dice él mismo, de que pareciese que sólo en palabras valía algo, no siendo para emprender obra alguna, y esperando que corregido un hombre solo, como un miembro principal, en él podría sanarse toda la Sicilia doliente, accedió a la venida. Mas los enemigos de Dion, temiendo ya la mudanza de Dionisio, le persuadieron que restituyera del destierro a Filisto, hombre ejercitado en la elocuencia, e instruido en las artes de la tiranía, a fin de tener en él un contrarresto contra Platón y la filosofía. Porque Filisto desde los primeros momentos de establecerse la tiranía se puso decididamente de su parte y defendió la ciudadela, habiendo sido largo tiempo comandante de su guardia. Corría, además la voz de que tenía cierto trato con la madre de Dionisio el Mayor, no sin conocimiento de éste; pero después que ocurrió que Léptines, de una mujer que tomó para sí estando casada con otro, tuvo dos hijas, y dio la una en mujer a Filisto sin participarlo en ninguna manera a Dionisio, irritado éste, hizo poner en custodia y aprisionar a la mujer de Léptines, y desterró de la Sicilia a Filisto, el cual se acogió a unos huéspedes suyos a orillas del Adriático, y allí disfrutando de ocio, parece que fue donde compuso la mayor parte de su historia. Porque no volvió en vida de Dionisio el Mayor sino que ahora, después de su muerte, lo restituyó, como decimos, la envidia de estos otros contra Dion, por ser de su partido y un firme apoyo de la tiranía.