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Embarcáronse los soldados de Dion en dos transportes, yendo en pos de ellos un tercer barco de pequeño porte y dos falúas de treinta remos. Llevaba, además de las armas que tenían los soldados, doscientos escudos, muchas ballestas y lanzas y gran provisión de víveres, para que nada les faltase en la navegación, mayormente habiendo de hacerla en alta mar a velas desplegadas, por temor de la tierra y por saber que Filisto se hallaba surto en Yapigia con su escuadra para observarle. Tuvieron un viento bonancible y blando por doce días, y al décimotercio se hallaba frente al Paquino, promontorio de Sicilia. Propuso, desde luego, el piloto a Dion que desembarcaran cuanto antes, pues si se apartaban de tierra y voluntariamente se alejaban del promontorio, habían de tener que andar muchos días y muchas noches errantes por el mar, esperando en el fin del verano que se levantara el viento ábrego; pero Dion, temiendo el desembarco cerca de los enemigos, y prefiriendo el acometer por lo más retirado, mandó pasar adelante del Paquino. En seguida se movió un viento cierzo, que con encrespadas olas retiró las naves de la Sicilia, y al mismo tiempo truenos y relámpagos, al aparecer del Arcturo, movieron en el aire gran tempestad con copiosa lluvia, con lo cual perdieron el tino los marineros, y yendo perdidos por el mar, se hallaron de repente con que las naves habían sido impelidas del viento a Cercina de África, por aquella parte por donde se presenta más inaccesible y brava la playa de la isla. Estando, pues, a pique de estrellarse en aquellos escollos, hicieron fuerza de remo para apartarse, lo que con dificultad consiguieron, hasta que la tempestad se aplacó, y tropezando por fortuna con un barco, supieron que se hallaban en el sitio llamado las Cabezas de la gran Sirte. Desmayaron con esta desagradable noticia, y más reinando entonces una gran calma; pero de pronto se levantó un viento húmedo de tierra de la parte de Mediodía cuando menos lo esperaban; tanto, que aun experimentándola, no creían aquella mudanza. Arrecióse, pues, poco a poco, y tomó cuerpo el viento, con lo que, desplegando todas las velas y dando gracias a los dioses, se engolfaron con rumbo a Sicilia, huyendo del África, y con rápido curso al quinto día arribaron a Minoa, pueblo pequeño de Sicilia perteneciente a la dominación de Cartago. Hallábase allí a la sazón el comandante cartaginés Sínalo, huésped y amigo de Dion; mas como no tuviese noticia de su venida ni de que le perteneciese aquella escuadra, trató de impedir el desembarco de los soldados; pero éstos salieron al encuentro armados, y aunque a nadie mataron, porque Dion se lo previno así por su amistad con el comandante, persiguieron a los fugitivos, y se apoderaron del distrito. Mas luego que los caudillos se vieron y saludaron, Dion restituyó la ciudad a Sínalo sin haber hecho en ella el menor daño, y éste, dando alojamiento a los soldados, proveyó a Dion de las cosas de que tenía necesidad.

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