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Constituido con esto Dion en el apuro y en la desgraciada situación de haber de pelear con sus conciudadanos, o perecer con sus soldados, dirigía a los Siracusanos los más encarecidos ruegos, tendiendo a ellos las manos y mostrándoles el alcázar lleno de enemigos, que se asomaban por las murallas y eran espectadores de cuanto pasaba; pero, no habiendo modo de templar el ímpetu de aquella muchedumbre y dominando en la ciudad, como en un mar proceloso, el viento de los demagogos, dio orden a sus soldados, no de trabar pelea, sino sólo de volver cara con resolución y gritería blandiendo las armas; con esto ya no aguardó ninguno de los siracusanos, sino que dieron a huir por las calles sin que nadie les persiguiese, porque Dion hizo retroceder a los soldados y los condujo a los términos de los Leontinos. Fueron con esto los magistrados de los Siracusanos la risa y escarnio de las mujeres, y queriendo reparar la afrenta, armaron otra vez a los ciudadanos y marcharon en persecución de Dion. Alcanzáronle al pasar un río, y se acercaron con su caballería en actitud de combatir; pero cuando vieron que ya no sufría con mansedumbre y bondad paternal sus demasías, sino que con denuedo volvía y ordenaba sus soldados, entregándose a una fuga más vergonzosa que la primera, se retiraron a la ciudad, con muerte de algunos ciudadanos.

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