28

Hallábase en Sardis el fabulista Esopo, llamado por Creso; y siendo tratado con distinción, estaba mal con Solón, porque no era capaz de ninguna condescendencia; así, en aire de amonestación, le dijo: “¡Oh, Solón! con los reyes o se ha de conversar poco o a su gusto”, y Solón a esto: “O muy poco o para su bien”. Pero ello es que por entonces Creso hizo poca cuenta de él. Cuando más adelante, peleando con Ciro, fue vencido en la batalla, perdió su ciudad, y, quedando prisionero, iba a ser quemado vivo; dispuesta ya la hoguera, al ir a ser arrojado en ella sujeto con prisiones, a presencia de muchos Persas y del mismo Ciro, levantando la voz cuanto alcanzó y pudo, gritó hasta tres veces: “¡Oh Solón!” Maravillóse Ciro, y envió a que le preguntaran qué hombre o qué dios era aquel Solón a quien en tan grande infortunio evocaba. Creso, sin omitir nada, respondió: “Este era un hombre sabio entre los Griegos, al que yo envié a llamar, no porque quisiere oír o aprender nada de lo que me convenía, sino para que viese y fuera testigo de aquella dicha que es mayor mal haberla perdido que fue bien el poseerla, porque era fábula y opinión de bien mientras fue presente, pero su mudanza remata en males gravísimos e insufribles tormentos; y aquel varón, conjeturando de lo de entonces lo que ahora sucede, me excitaba a que atendiera al término de la vida, y no me perjudicara a mí mismo, seducido con opiniones instables”. Luego que hizo esta relación, siendo Ciro más avisado que Creso, y viendo confirmado el dicho Solón con aquel ejemplar, no sólo dejó libre a Creso, sino que le tuvo consideración mientras vivió, y tuvo Solón respecto de estos dos reyes la gloria de haber con una palabra sola salvado al uno e instruido al otro.

Share on Twitter Share on Facebook