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De resultas de este suceso, desarmaron los Siracusanos la escuadra, porque, no teniendo en qué emplearla, no les servía más que de gasto con la gente de mar y de motivo de indisposición entre los generales. Sitiaron el alcázar, acabando el muro con que le circunvalaban; y como, no socorriendo nadie a los sitiados, les faltasen los víveres, y los soldados extranjeros se les hubiesen insubordinado, perdió el hijo de Dionisio toda esperanza, y entrando en conciertos con Dion, le entregó el alcázar con las armas y todos los pertrechos de guerra, recogió la madre y las hermanas, y, cargando cinco galeras, marchó a unirse con su padre, dejándole partir Dion con toda seguridad, y no quedando Siracusano alguno que no saliera a gozar de aquel espectáculo; tanto, que los que se hallaban ausentes se quejaban de no haber visto aquel día en que el Sol empezaba a alumbrar a Siracusa libre. Y si aun ahora entre los grandes ejemplos que se refieren de la mudanza de fortuna es el mayor y más notable éste del destierro de Dionisio, ¿cuál debió ser entonces el gozo de aquellos ciudadanos y qué debieron pensar los que con tan pocos medios destruyeron la más poderosa tiranía que jamás se había visto?

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