Como Dion, luego que dio la vela a Apolócrates, se encaminase al alcázar, no pudieron aguantar más las mujeres que en él habían quedado, ni esperaron a que entrasen sino que corrieron a la puerta, Aristómaca llevando de la mano al hijo de Dion, y Áreta yendo en pos de ésta, llorando e incierta de cómo había de saludar al marido, habiendo estado enlazada con otro. Abrazó Dion primero a la hermana y después al hijo y entonces Aristómaca, presentando a Áreta: “Hemos sido desdichadas- le dijo- ¡ah Dion! durante tu destierro; con tu venida y tu victoria nos has librado de opresión y angustia a todos nosotros, a excepción de ésta, a quien yo, miserable, he visto ser por fuerza, vivo tú, casada con otro. Ahora, pues, que la fortuna nos ha puesto en tu poder, di cómo tomas la necesidad en que esta infeliz se ha visto, y si te ha de abrazar como tío o como marido”. Dicho esto por Aristómaca, no pudiendo Dion contener las lágrimas, abrazó con el mayor cariño a su esposa y, entregándole el niño, le dijo que marcharan a su propia casa, a la que él también se fue a habitar, habiendo hecho entrega de la ciudadela a los Siracusanos.