Siendo ya muchos los que estaban en la conjuración, y hallándose Dion con sus amigos sentado en una habitación que tenía muchas camas, unos cercaron la casa y, otros cercaron las puertas y ventanas; pero los de Zacinto, que eran los que habían de echarle mano, entraron sin llevar puñales en la cinta; al mismo tiempo, los de la parte de afuera trajeron a sí las puertas y las tenían sujetas; los otros, habiéndose echado sobre Dion, trataban de sujetarlo y sofocarlo; pero viendo que nada les aprovechaba, pedían un puñal. Nadie se atrevió a abrir las puertas, sin embargo de ser muchos los que estaban dentro, y es que cada uno echaba cuenta de salvarse a sí mismo si abandonaba a Dion, y así ninguno fue a su socorro. Como fuese demasiado despacio, Licon, Siracusano, alargó a uno de los Zacintios un sable por una de las ventanas, y con él como a una víctima degollaron a Dion, a quien tenían ya sujeto y atemorizado de antemano. Inmediatamente después, a la hermana y a la mujer, que estaba encinta, las hicieron llevar a la cárcel, donde sucedió que la infeliz mujer dio a luz un hijo varón, y aun lograron que se le permitiera criarlo, habiéndolo recabado de los guardias a tiempo que ya Calipo empezaba a experimentar alguna turbación en sus negocios.