No dejaba César de tener algunas sospechas, ni carecía del todo de antecedentes contra él; sólo que, si por una parte temía su carácter firme, su opinión y sus amigos, por otra confiaba en sus costumbres. Y, en primer lugar, denunciándosele que Antonio y Dolabela intentaban novedades, dijo que no le daban cuidado aquellos obesos y bien mantenidos, sino los otros descoloridos y flacos, aludiendo a Bruto y Casio. Acusando después ante él algunos a Bruto, y previniéndole que, se guardara de él, se tocó el cuerpo con la mano y dijo: “Pues qué, ¿os parece que Bruto no ha de esperar esta carne?”; queriendo dar a entender que después de él a nadie correspondía como a Bruto tener un poder igual al suyo; y en verdad que habría llegado a ser el primero sin disputa contento con ser por algún tiempo el segundo, hubiera dejado que decayera su poder y se marchitara la gloria de sus triunfos. Mas Casio, hombre iracundo y que más bien era personalmente enemigo de César que por la república enemigo del tirano, le acaloró e inflamó; dícese que Bruto llevaba a mal aquel imperio, y Casio aborrecía al emperador. Entre las varias quejas que contra él tenía, era una el haberle quitado unos leones que había prevenido para sus juegos edilicios, y que César se apropió habiéndolos ocupado en Mégara cuando aquella ciudad fue tomada por Caleno. Estas fieras se dice que fueron una gran calamidad para los Megarenses, porque cuando ya la ciudad era entrada, abrieron las puertas y cerrojos y desataron las cadenas para que aquellos leones detuvieran a los enemigos; pero las fieras se volvieron contra ellos mismos y, como corriesen sin armas, los despedazaron; de manera que aun para los enemigos fue aquel un espectáculo terrible.