Después de la mudanza de Antonio, esta disposición del pueblo fue la que más cuidado dio a Bruto y a los suyos, obligándoles a salir de la ciudad y a detenerse desde luego en Ancio, dando lugar a que se pasase y disipase el encono para volver después a Roma, lo que esperaban se verificaría pronto en una muchedumbre en quien el ímpetu de la ira es inconstante y momentáneo, y más teniendo de su parte al Senado, que, dejando a un lado a los despedazadores de Cina, había hecho formar causa y poner presos a los que se habían dirigido contra las casas de los otros. Agregábase a esto que, disgustado ya el pueblo porque Antonio casi se había erigido en monarca, echaba de menos a Bruto, de quien aguardaba que concurriría a dar en persona los juegos de que con motivo de su pretura era deudor a la ciudad; pero habiendo éste sabido que muchos de los que habían militado con César, y habían recibido de su mano tierras y ciudades, le armaban asechanzas, introduciéndose a este efecto en partidas pequeñas en la ciudad, no se atrevió a venir, y el pueblo gozó de los espectáculos en su ausencia, sin que por eso se perdonase gasto o dejasen de ser brillantes; porque teniendo compradas muchas tierras, dio orden de que nada se reservase u omitiese, sino que se hiciera uso de todo, y bajando él mismo a Nápoles, habló por sí a muchos de los representantes, y acerca de un tal Canucio, que en los teatros gozaba entonces de la mayor fama, escribió a sus amigos para que trataran con él y se lo agenciasen, porque no era permitido hacer violencia a ningún griego. Escribió también a Cicerón, rogándole que no dejase de asistir a los juegos.