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Estando Bruto a punto de desfallecer, sin que hubiese nadie que pudiera alargarle algún alimento, se vieron los que le acompañaban en la precisión de acogerse al auxilio de los enemigos, y llegándose a las puertas, pidieron pan a los de la guardia. Éstos, al oír lo que había sucedido a Bruto, fueron a presentársele, llevándole qué comer y qué beber, en recompensa de lo cual, cuando tomó la ciudad, no sólo trató a éstos con singular humanidad, sino a todos por amor de ellos. Gayo Antonio, al pasar cerca de Apolonia, llamó para que se le reuniesen los soldados que allí tenía; pero como éstos se habían incorporado a Bruto, y entendió que los apoloniatas eran asimismo de su partido, sin tocar en la ciudad se encaminó a la de Butroto. Perdió, en primer lugar, en aquella jornada tres cohortes, destrozadas por Bruto, y queriendo después arrojar a los que habían tomado ciertos puestos cerca de Bulis, para lo que trabó combate con Cicerón, fue de él vencido; porque éste fue el caudillo de quien se valió entonces Bruto, y por su medio obtuvo ventajas en diferentes encuentros. Sorprendiendo después a Gayo en estado de tener esparcidas sus fuerzas en lugares pantanosos, no permitió que se le acometiera estando sólo a la vista con la caballería, y dando orden de que no se le molestara, pues que dentro de poco habrían de contarse entre los suyos, lo que efectivamente sucedió, porque se entregaron ellos mismos, y entregaron al pretor, con lo que Bruto llegó a reunir considerables fuerzas. Por bastante tiempo mantuvo a Gayo en sus honores, sin quitarle las insignias de su autoridad, no obstante que Cicerón y otros muchos le escribían de Roma que se deshiciese de él; fiero cuando ya empezó a tentar a los jefes y a promover alteraciones, lo puso preso en una nave. Los soldados, seducidos por él, se marcharon entonces a Apolonia, y como llamasen a Bruto para que fuese a tratar con ellos, les respondió que esto era ajeno a las costumbres patrias, según las cuales ellos eran los que debían ir en busca del general para tratar de aplacar su enojo por el yerro cometido; y habiéndolo así ejecutado, les concedió el perdón.

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