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Cuando estaban para pasar del Asia, se dice que a Bruto se le presentó un terrible portento, porque, con ser por naturaleza de poco dormir, aun reducía el sueño con sus ocupaciones y la templanza a un tiempo más estrecho; así es que nunca se acostaba de día, y de noche sólo reposaba cuando nada le quedaba que hacer, ni tenía con quien conferenciar, recogidos ya todos. Entonces, instando la guerra y teniendo sobre sí todo el peso de los negocios de ella, puesta su atención en el resultado que tendría, sobre el anochecer, después de la cena, descansaba un poco, y luego todo el tiempo restante lo empleaba en los negocios urgentes. Despachados éstos y arreglados, leía en un libro hasta la tercera vigilia, que era cuando solían entrar a hablarle los centuriones y tribunos. Estando, pues, para pasar el ejército del Asia, era ya muy avanzada la noche, la tienda tenía luz bastante escasa, el ejército todo estaba en el mayor reposo, y hallándose meditando y echando cuentas entre sí sobre tantos asuntos, le pareció que entraba alguno. Volvióse a mirar a la puerta, y notó la terrible y fiera visión de un cuerpo de extraordinario aspecto que estaba en silencio al lado de su lecho. Tuvo resolución para hablarle y hacerle esta pregunta: “¿Quién eres tú, seas Dios u hombre, y a qué has venido aquí?” Y el fantasma le contestó: “Soy ¡oh Bruto! tu mal Genio, y me verás en Filipos”; a lo que Bruto le repuso sin turbarse: “Bien te veré”.

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