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Desaparecido que hubo el espectro, llamó a sus criados, que le dijeron no haber oído voz alguna ni notado ninguna visión; por entonces continuó en su vigilia, pero luego que se hizo de día, se fue a ver a Casio y le refirió lo ocurrido. Éste, que se hallaba imbuido en los principios de Epicuro, y en tales disputas solía estar en oposición con Bruto: “Doctrina nuestra es- le dijo a Bruto-que no es cierto todo lo que padecemos o vemos, sino que la sensación es una cosa fugitiva y falaz, siendo todavía la mente más pronta que ella, y dotada de la facultad de mudarla, sin que preceda causa conocida en toda especie o forma; porque la impresión es semejante a la cera, y el alma del hombre, que tiene en sí lo figurado y lo que figura, tiene el poder de variar y figurar fácilmente por sí una misma cosa, como se ve claro en las mudanzas y rarezas de los ensueños mientras dormimos, volviéndolas y revolviéndolas la fantasía de muy leve principio, y presentándonos toda especie de afectos e imágenes. En su poder está moverse cuando quiera, y su movimiento es o imaginación o conocimiento; y tu cuerpo mortificado tiene pendiente y agitado para estas conversiones tu espíritu. Por la que hace a Genios, lo probable es que no los hay, y que, aun cuando los haya, no tienen forma ni voz de hombre, ni poder ninguno que alcance a nosotros; por mí, yo desearía que estuviéramos confiados, no sólo con tantas armas, tantos caballos y tantas naves, sino también con el auxilio de los Dioses, siendo caudillos en tan honesta y santa empresa.” Con estos discursos alentó y consoló Casio a Bruto; y al salir del campamento los soldados, dos águilas se dirigieron con raudo vuelo a las primeras insignias, y marcharon y siguieron hasta Filipos, alimentadas por los mismos soldados, de donde se fueron con igual vuelo un día antes de la batalla.

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