43

Lo que a éste ocurrió fue lo siguiente: no había visto con gusto aquella primera carga de los soldados de Bruto, dada sin seña y sin orden, ni le había agradado tampoco el que inmediatamente que hicieron ceder a los enemigos, sin pensar en cortarlos y envolverlos, se hubiesen entregado al saqueo y pillaje. Cargóle a él mismo el ala derecha de los enemigos, más bien por cierto cuidado y detenimiento de los soldados que por su ardimiento o por disposición de los generales, y al punto su propia caballería dio a huir desordenadamente hacia el mar. Vio que también la infantería comenzaba a flaquear, y se esforzó a contenerla y hacerla volver al combate, tanto que a un abanderado que huía le arrebató de las manos la insignia y la puso fija ante sus pies; mas ya ni aun los que estaban a su lado se mantenían con decisión en sus puestos. Traído a este extremo, se retiró con unos pocos a un collado que daba vista a la llanura; pero no divisó otra cosa sino que su campamento había sido asolado, porque era corto de vista. Los que consigo tenía vieron que se encaminaban hacia aquel sitio muchos de caballería, los cuales habían sido enviados por Bruto; pero Casio discurrió que eran enemigos que iban en su alcance, y sin embargo envió a Titinio, uno de los que allí se hallaban, para que se informase. Desde luego fue conocido por aquella tropa, la cual, al ver a un su amigo que se mantenía fiel a Casio, comenzó a hacer exclamaciones de gozo; los que le eran mas allegados le saludaban y abrazaban con afecto, apeándose de los caballos, y además se le ponían alrededor, celebrando su triunfo con desmedida alegría, causando con esto un gravísimo mal; porque entendió Casio que, en realidad, Titinio había caído en manos de los enemigos, y prorrumpiendo en esta expresión: “Por nuestro demasiado apego a la vida hemos sufrido que uno de nuestros amigos a nuestra vista haya sido arrebatado por los enemigos”, se retiró a una tienda que estaba vacía, llevando consigo a uno de sus libertos, llamado Píndaro, al que, desde el infortunio de Craso tenía preparado para este ministerio. Salvose, pues, de los Partos; pero entonces, cubriéndose la cabeza con el manto y dejando descubierto el cuello, lo alargó al cuchillo, porque se encontró la cabeza separada del cuerpo. A Píndaro nadie volvió a verle después de esta muerte, con la que hizo sospechar a algunos que ja ejecutó sin ser mandado. Fueron de allí a un momento conocidos aquellos soldados de Bruto, y Titinio, coronado por ellos, corría en busca de Casio; pero cuando, por el clamor y los lamentos de sus amigos, conoció lo sucedido al general y su necedad propia, desenvainó la espada y culpándose a sí mismo de descuidado y tardo, se pasó con ella.

Share on Twitter Share on Facebook