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Bruto, sabedor de la derrota de Casio, se retiró, y estando ya cerca de los reales, tuvo noticia de su muerte. Lloró largamente sobre su cuerpo, y apellidándole el último de los Romanos, porque ya no esperaba que hubiese otro espíritu como aquel, lo envolvió y lo hizo conducir a Tasos, para que no se excitase algún levantamiento si allí se le hacía el funeral. Reuniendo luego sus soldados, trató de darles ánimo, y viendo que habían quedado faltos aun de lo más preciso, les prometió hasta dos mil dracmas por plaza, en resarcimiento de lo perdido. Ellos con este discurso recobraron la confianza, admiraron la esplendidez del donativo, y al retirarse le acompañaron con algazara, aplaudiéndole de que entre los cuatro generales sólo él se había conservado invicto. Testificó el hecho cuánta razón tenía para creer que ganaría la batalla, pues que con pocas legiones arrolló a cuantos se le opusieron; y si hubieran entrado en acción todas las tropas, y los más de los que concurrieron a ella no hubieran pasado de largo por los enemigos para ir en busca de sus despojos, parece que ninguna parte de éstos habría quedado en pie.

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