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Repartió después de esto el donativo a los soldados, y reprendióles ligeramente por haber marchado en tropel contra los enemigos sin recibir la seña ni guardar la orden: les ofreció que si se portaban bien les entregaría dos ciudades para el saqueo y para sólo su provecho, que eran Tesalónica y Lacedemonia; y éste es el único cargo de la vida de Bruto que carece de disculpa, sin que sirva para ella que Antonio y César hubiesen concedido premios de victoria más duros y crueles a sus soldados, habiendo faltado muy poco para lanzar de toda Italia a sus antiguos habitantes, a fin de que aquellos ocupasen un territorio y unas ciudades a que ningún derecho tenían, porque al cabo éstos no se proponían otro fin de la guerra que el mandar; pero a Bruto, por el concepto que se tenía de su virtud, no le era permitido en la opinión pública ni vencer ni salvarse sino con la honestidad y la justicia, y más después de muerto Casio, a quien se atribuía que aun al mismo Bruto lo arrastraba a veces a medidas violentas; pero así como en una navegación, roto el timón, se buscan y acomodan otros palos, no bien, sino sacando de ellos el partido posible para aquel apuro, de la misma manera Bruto, entre tanta gente, y en medio de negocios tan inciertos y escabrosos, no teniendo ya un colega con quien partir el peso, se veía precisado a valerse de los que tenía cerca de sí, y a hacer y decir muchas cosas según el gusto y deseo de éstos; y deseaban todo cuanto creían podría conducir a hacer mejores los soldados de Casio, porque eran hombres de mal manejo, osados por la anarquía en el campamento, y por la anterior derrota acobardados al frente de los enemigos.

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