Vinieron, después de éstos, otros mensajeros, diciendo que Tarquino se desistía del reino y se apartaba de hacerles guerra, pidiendo únicamente sus bienes y haciendas, y las de sus amigos y domésticos, para que tuvieran con qué vivir en su destierro. Inclinándose muchos a ello, y sosteniéndolo Colatino, Bruto, hombre intrépido y pronto a la ira, corrió a la plaza, tratando a su colega de traidor que quería proporcionar medios de guerra y tiranía a aquellos a quienes aun sería reprensible conceder algún viático para que se retirasen. Reunidos los ciudadanos, el primero Cayo Minucio, hombre entonces particular, habló al pueblo, y animando a Bruto y exhortando a los Romanos, que miraran les dijo ser más conveniente que aquellos bienes hicieran la guerra a los tiranos, que no que a éstos les sirviesen contra ellos mismos. Con todo, pareció a los Romanos que conseguida la libertad, que era por lo que peleaban, no debían desechar la paz por los dineros, sino más bien arrojar éstos de la ciudad juntamente con los tiranos. Mas Tarquino de lo que menos trataba era de los bienes; su demanda tenía más bien el objeto de tantear al pueblo y solicitar a la traición, lo que ejecutaban muy bien los mensajeros, deteniéndose bajo el pretexto mismo de los bienes, con decir que unos los volvían, con otros se quedaban, renunciaban a otros, hasta tanto que corrompieron dos de las casas de los llamados prohombres, la de los Aquilios, que tenía tres senadores, y la de los Vitelios, que tenía dos. Todos éstos por la madre eran sobrinos del cónsul Colatino; y los Vitelios tenían otro particular parentesco con Bruto, porque éste estaba casado con una hermana de los Vitelios, de la que tenía muchos hijos. A dos de éstos, los más adelantados en edad, con quienes además del parentesco tenían también amistad, los sedujeron los Vitelios y los movieron a tomar parte en la traición y a que se enlazaran con el linaje ilustre de los Tarquinos, y se elevaran a regias esperanzas, separándose de la locura y dureza de su padre: llamando dureza a su inflexibilidad para con los malvados, y apellidándole de loco, porque largo tiempo, a lo que parece, se había valido de aquella ficción para su seguridad con los tiranos, y hasta no tenían aprensión del sobrenombre que por ello llevaba.