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Habiendo sido acerca de las cosas dichas tan popular y moderado legislador, no guardó medida acerca de las penas, porque hizo ley para que sin necesidad de causar juicio se pudiera quitar la vida al que intentara usurpar la autoridad suprema, declarando libre y puro al matador con dar las pruebas o indicios de aquel atentado, pues así como no es posible que el que tales intentos trae entre manos engañe a todos, no es imposible que, sin engañar u ocultarse, se anticipe a la justicia, viéndose superior en medios; y por tanto, en odio de semejante maldad, concedió a quien se hallara en disposición el prevenir con la muerte un juicio a que el otro no daba lugar. Fue asimismo celebrado por su ley acerca de la cuestión; pues siendo indispensable que de sus bienes contribuyesen los ciudadanos para la guerra, y no queriendo tocar él mismo los caudales, o que los tocasen sus amigos, ni tampoco que entrasen en poder de ningún particular, señaló por erario o tesorería el templo de Saturno, el cual destino conserva todavía, y concedió al pueblo que nombrara dos tesoreros o cuestores de entre los jóvenes; habiendo sido los primeros nombrados Publio Veturio y Minucio Marco, y mucho el caudal que se recogió; porque fueron hasta ciento y treinta mil los alistados en el censo, sin los huérfanos y viudas, a quienes se perdonó la contribución. Hechos estos establecimientos, él mismo designó para su colega a Lucrecio, el padre de Lucrecia, a quien, correspondiéndole por más anciano el lugar más preferente, le dio las que se llaman fasces; y hasta nosotros se ha conservado a los más ancianos esta preeminencia de la vejez. Como al cabo de pocos días hubiese muerto Lucrecio, se tuvieron otra vez comicios, y fue elegido Marco Horacio, el que gobernó con Publícola lo que faltaba de aquel año.

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