22

Escuchaban con gusto los ciudadanos estas calumnias por la envidia que le tenían, y esto le obligaba a disgustarles todavía más, haciendo muchas veces en las juntas públicas mención de sus hazañas; y a los que mostraban displicencia: “¿Por qué os cansáis- les dijo- de que uno mismo os haga frecuentes beneficios?” También irritó a la muchedumbre con edificar el templo de Ártemis, a la que dio el nombre de buena consejera, como que había tomado las más provechosas determinaciones para la ciudad y para los Griegos. Este templo lo construyó en Mélita, junto a su casa, donde ahora los ejecutores públicos arrojan los cadáveres de los condenados y los vestidos y cordeles de los sofocados o de otro modo muertos por justicia. Existía todavía en nuestros días el retrato de Temístocles en el templo de Ártemis del buen consejo, y se descubre que no sólo en su espíritu sino también en su presencia era un personaje heroico. Usaron, pues, del ostracismo contra él, despojándole de sus honores y de su superioridad, como solían hacerlo contra todos los que se les hacían insoportables por su poder o que creían no guardaban la igualdad democrática. No era el ostracismo una pena, sino como un desquite y alivio de la envidia, que se complacía en ver rebajados a los que se elevaban y desahogaba su incomodidad con causar este deshonor.

Share on Twitter Share on Facebook