Llegó a entenderlo, y se acogió a Corfú, por tener obligada a aquella ciudad con beneficios; pues como tuviesen disputa con los de Corinto, constituido juez entre ellos, los puso en amistad, determinando que los de Corinto pagasen veinte talentos y que poseyesen a Léucade, como colonia común de unos y otros. De allí huyó al Epiro, y, perseguido de los Atenienses y Lacedemonios, casi desesperado y sin saber qué hacerse, se acogió a Admeto, que era rey de los Molosos, sin embargo de que habiendo tenido una pretensión con los Atenienses, como hubiese sido desairado por Temístocles cuando florecía en poder, le miró siempre con odio, y se tenía por cierto que se vengaría si le tuviese a mano. En aquel apuro, pues, temiendo más la envidia familiar y reciente que no la antigua y de un rey, se puso a sí mismo a discreción de ésta, tomando para con el Rey un extraño e inusitado modo de ruego, porque cogiendo en brazos al hijo de éste, todavía niño, se postró ante el hogar, teniendo los Molosos esta especie de ruego por la más poderosa y casi irresistible. Dicen algunos que Ftía, mujer de Admeto, fue la que sugirió a Temístocles esta clase de súplica, sentando al niño a su lado junto al fuego; pero otros, que fue el mismo Admeto quien, para excusarse con los perseguidores de Temístocles con esta precisión, inventó y propuso esta farsa para no entregarlo. Allá Epícrates de Acarnas le envió su mujer e hijos, habiendo podido sacarlos furtivamente de Atenas, por lo que después Cimón le hizo condenar a muerte, según escribe Estesímbroto. Después olvidado, no sé cómo, de esto, o suponiendo olvidado al mismo Temístocles, dice que hizo viaje a Sicilia, y pidió a Hierón su hija en matrimonio, ofreciéndole que pondría a los Griegos bajo su mando, y que, no viniendo Hierón en ello, se dirigió por tanto al Asia.