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Llegado que hubo a Cima, como entendiese que entre las gentes de mar muchos le andaban espiando para echarle mano, y más especialmente Ergóteles y Pitodoro, porque la caza era lucrativa para los que en todo no buscan más que la ganancia, habiendo hecho publicar el rey que daría doscientos talentos, huyó de allí a Egas, pueblezuelo eólico, donde sólo era conocido de su huésped Nicógenes, hombre entre los Eólicos muy rico, y que tenía influjo con los que arriba gozaban de autoridad. En casa de éste se mantuvo oculto algunos días; mas al cabo de ellos, de sobremesa, en un festín tenido con motivo de cierto sacrificio, Olbio, ayo de los hijos de Nicógenes, saliendo fuera de sí, como inspirado, cantó en verso de este modo: Da a la noche la voz, y da el consejo; y a la noche también da la victoria. Yéndose después de esto a recoger Temístocles, le pareció ver en sueños un dragón que de la tierra le subió al vientre, y se le rodeó al cuello, y luego, apenas tocó en el rostro, se convirtió en águila, la cual, cubriéndole con las alas, lo levantó y llevó consigo largo espacio, y, últimamente, presentándole un caduceo de oro, sobre éste le colocó con toda seguridad, dejándole libre de grandísimo miedo y turbación. Despachóle, pues, Nicógenes, valiéndose de este artificio; los bárbaros, generalmente, son todos, y en especial los Persas, muy salvajes y rigurosos por naturaleza en el punto de celar a las mujeres; así, no solamente a las casadas, sino aun a las mujeres que compran y a las comblezas, las guardan con gran diligencia, sin que ninguno de los de afuera pueda verlas; por tanto, en casa están siempre encerradas, y cuando van de viaje, llevadas en carros completamente cubiertos es como caminan. Dispuesto, pues, de este mismo modo un carruaje para Temístocles, hacía oculto su viaje, diciendo los que iban con él a los caminantes y a los que preguntaban que conducían de la Jonia una mocita griega para uno de los que servían a las puertas del rey.

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