Tucídides y Carón de Lámpsaco escriben que, muerto ya Jerjes, fue al hijo a quien Temístocles se presentó: pero Éforo, Dinón, Clitarco, Heraclides y otros muchos sostienen que se presentó al mismo Jerjes. Parece que Tucídides va más acorde con la cronología, aunque tampoco ésta sea de una gran exactitud. Llegado Temístocles al punto peligroso, primero se dirigió a Artabano, capitán de mil hombres, y diciéndole que era realmente un griego; pero que tenía que hablar al rey sobre negocios muy graves que sabía le traían cuidadoso: “¡Oh huésped- le respondió aquel-: las leyes de los hombres son diferentes unas de otras, y a unos agradan unas cosas, y a otros, otras; pero a todos agrada el acatar y sostener las propias. El que vosotros sobre todo admiréis la libertad y la igualdad es puesto en razón; mas entre nosotros, con ser muchas y muy loables las leyes que tenemos, la más loable es la de honrar al rey, y adorar en él la imagen de Dios, que todo lo conserva. Por tanto, si adorares, aplaudiendo nuestros usos, te será concedido ver y hablar al rey; pero si piensas de otro modo, usa de otros mensajeros para este ministerio, porque es costumbre nuestra que el rey no ha de escuchar a quien no le adore”. Temístocles, cuando esto oyó, le dijo: “Mi venida ¡oh Artabano! es a acrecentar el nombre y el poder del rey; así, yo mismo obedeceré a vuestras leyes: pues que Dios, que magnifica a los Persas, así lo dispone; y por mí serán en mayor número los que adoren al rey; por tanto, no sirva esto de impedimento para las razones que me propongo decirle”. “¿Pues quién de los Griegos- replicó Artabano- le diremos que ha llegado? Porque en tu explicación no pareces un hombre vulgar”. “Esto- repuso entonces Temístocles- no es razón que lo sepa nadie antes que el mismo rey”. Así lo refiere Fanias; pero Eratóstenes, en su Tratado de la riqueza, añade que esta visita y coloquio le fueron proporcionados a Temístocles por medio de una mujer de Eretria, que vivía con este caudillo.