Saqueada que fue la ciudad, determinó trasladar a Roma la imagen de Juno, conforme al voto que de ello hizo; y reuniéndose para ello muchos operarios, entretanto él hacía un sacrificio y pedía a la Diosa que se prestase a sus deseos y se hiciese benigna compañera de los Dioses que su buena suerte había dado a Roma, dicen que habló la estatua, y dijo que era muy de su voluntad y de su aprobación. Livio, sin embargo, refiere que bien fue cierto que Camilo, llegándose a la Diosa, le hizo aquella súplica y exhortación, pero que fueron algunos de los circunstantes los que respondieron que quería, venía en ello y seguía su voluntad. A los que sostienen y patrocinan aquel prodigio les sirve de gran defensa la incomparable dicha de Roma, que no se concibe cómo de tan pequeños y humildes principios había de haber llegado a tanta gloria y poder sin el amparo continuo y la frecuente aparición de Dios. También hacen al mismo propósito muchas cosas que se cuentan por el propio tenor, como haber sudado muchas veces algunas estatuas; que se les ha oído respirar, que han repugnado unas cosas o consentido otras, de lo que muchos de los antiguos nos han dejado diferentes testimonios; y en nuestro tiempo hemos oído también otros muchos sucesos admirables, que no fácilmente pueden mirarse con desdén. Pero tanto en el dar demasiado crédito a estas cosas, como en el negárselo del todo, puede haber peligro, por la humana flaqueza, que no se sabe hasta dónde llega, ni puede dominarse a sí misma, sino que o cae en la superstición y vana confianza, o da en el absoluto olvido y menosprecio de los Dioses; así, lo mejor es siempre irse con tiento y guardarse de los extremos.