Camilo, entonces, bien fuese por lo grande del hecho de haber tomado al año décimo del sitio una ciudad rival de la misma Roma, o bien porque se lo hubiesen inspirado los que le aplaudían y celebraban, manifestó un orgullo demasiado incómodo para lo que era aquel género de gobierno, porque el triunfo fue muy ostentoso, y lo hizo con cuatro caballos blancos, entrando así por Roma; cosa jamás vista en otro caudillo ni antes ni después; porque esta especie de tiro lo tienen por sagrado, únicamente atribuido al rey y padre de los Dioses. Desde entonces era difamado entre los ciudadanos, no acostumbrados a sufrir altanerías, y concurrió también para ello otra causa, que fue haberse opuesto a la ley sobre división de los ciudadanos; porque los tribunos habían propuesto que el pueblo y el Senado se dividieran en dos partes, quedándose allí los unos, y pasando los otros, a quienes tocara la suerte, a la ciudad cautiva; con lo que vivirían más cómodamente, conservando a dos hermosas y grandes ciudades su territorio y su bienestar. La plebe, que era numerosa y pobre, la admitía y rodeaba con tumulto la tribuna, pidiendo que se votase; pero el Senado y los principales entre los otros ciudadanos, creídos de que los tribunos más bien proponían la destrucción que la distribución de Roma, e incomodados con esta idea, se acogieron a Camilo. No se atrevió éste a hacer frente a semejante disputa, y lo que hizo fue buscar pretextos y dilaciones, con las que se eludió siempre aquella ley; y con este proceder se había hecho odioso. Mas la principal y más conocida causa de su indisposición con la muchedumbre fue la décima de los despojos, de la cual tomaron para aquella los más una ocasión, si no del todo justa, tampoco enteramente fuera de razón; porque cuando se dirigía a Veyos ofreció consagrar a Apolo la décima si tomaba la ciudad; pero tomada ésta, y hecho el saqueo, o por temor de chocar con los ciudadanos, o porque entre los muchos negocios se le hubiese olvidado, ello es que los dejó en la deuda de aquel voto. Después, cuando ya había salido del mando, dio cuenta de él en el Senado, y los augures habían manifestado que las víctimas denunciaban una ira de los Dioses, que pedía expiaciones y propiciaciones.