8 =

Decretó el Senado el cumplimiento; mas no pudiendo deshacerse la distribución, se tomó el partido de que se obligara cada uno con juramento a volver la décima de lo que le había tocado; con lo que hubo grande y violenta incomodidad entre los soldados, gente pobre, y que sufría mucho en tener que volver tanta parte de lo que ya tenía tomado y acaso consumido. Turbado Camilo con este incidente, a falta de mejor excusa, recurrió a la más increíble, que fue la de confesar que se le había olvidado el voto: así aquellos se exasperaban más, diciendo que habiendo ofrecido entonces diezmar lo que era de los enemigos, ahora gravaba con este diezmo a los ciudadanos. Con todo, fue volviendo cada uno la parte que le correspondía, y se tuvo por conveniente hacer de todo una gran taza de oro y enviarla a Delfos. Escaseaba entonces el oro en Roma, y estando en apuro los magistrados para ver de dónde podrían recogerle, las matronas, de propio movimiento, consultando entre sí, presentaron para la ofrenda cuanto oro tenía cada una para su adorno; habiéndose allegado por este medio hasta el peso de ocho talentos. El Senado, deseando dispensarles el honor correspondiente, decretó que después de su muerte se hiciese elogio fúnebre a las matronas como a los hombres; porque antes no había costumbre de que a las mujeres a su muerte se las elogiase en público. Nombraron para este mensaje o teoría a tres varones de los más principales, y armando una gran nave, tripulada y provista convenientemente, los mandaron en ella. Aunque era invierno, había seguridad; y con todo les sucedió que estuvieron muy a pique de perecer, y por un modo muy inesperado se salvaron del peligro, porque fueron navegando en persecución de ellos por las Islas Eólides unas galeras liparenses, en ocasión de faltarles el viento, reputándolos corsarios. Ellos les rogaban y alargaban las manos, con lo que evitaron el abordaje; pero con todo, aquellos se apoderaron de la nave, y conduciéndola al puerto, publicaron los efectos y las personas, como si fueran realmente de piratas, y apenas desistieron a la sola persuasión de Timasiteo, su jefe, varón señalado en virtud y en poder; el cual puso también en el mar naves propias para acompañarlos, y concurrió así a la dedicación de la ofrenda; por lo que en Roma se le tributaron los honores que era debido.

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