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Los hechos mismos le demostraron con cuánta razón retenía en la Grecia las fuerzas de los Atenienses, porque primero se rebelaron los Eubeos, contra quienes marchó con tropas, y muy luego hubo noticia de que los Megarenses también se les habían indispuesto, y que un ejército de enemigos estaba en las fronteras del Ática, mandado por Plistonacte, rey de los Lacedemonios. Volvióse, pues, Pericles prontamente de la Eubea, adonde la guerra del Ática le llamaba; pero no se determinó a venir a las manos con muchos y excelentes soldados que los provocaban, sino que, viendo que Plistonacte, que todavía era muy joven, entre todos sus consejeros del que más se valía era de Cleándrides, que los Éforos le habían dado por celador y asesor en consideración de su corta edad, trató secretamente de sobornarle, y habiéndole ganado bien pronto con dinero, recabó éste con sus persuasiones que los del Peloponeso se retiraran del Ática. Luego que esto se verificó, y que se disolvió el ejército, marchando las tropas a sus ciudades, indignados los Lacedemonios, penaron al rey con una multa, y como por su magnitud no hubiese tenido con qué pagarla, se vio en la precisión de salir de Lacedemonia, y a Cleándrides, que huyó, le condenaron a muerte. Era éste padre de Gilipo, el que en Sicilia venció a los Atenienses. Parece que la naturaleza había hecho enfermedad ingénita en él la del apego al dinero, porque, descubierto en vergonzosas negociaciones, fue arrojado de Esparta. Mas estas cosas las declaramos con mayor extensión en la vida de Lisandro.

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