Tomada esta determinación, fue Fabio Máximo nombrado dictador, y habiendo él mismo nombrado maestre de la caballería a Lucio Minucio, lo primero que pidió al Senado fue que se le permitiera usar de caballo en el ejército; porque no se podía, antes estaba expresamente prohibido por una ley antigua, bien fuese porque consistiendo su principal fuerza en la infantería les pareciese que el general debía permanecer con ella y no separarse, o bien porque siendo en todo lo demás regia y desmedida esta autoridad, quisieran que el dictador quedase en esto pendiente del pueblo. Además, queriendo desde luego Fabio mostrar lo grande y esplendoroso de aquella dignidad para tener más sumisos y obedientes a los ciudadanos, salió en público, llevando ante sí veinticuatro fasces, y como viniese hacia él el otro de los cónsules, le envió un lictor con la orden de que despidiese las fasces, y deponiendo todas las insignias del mando, viniera como un particular adonde estaba, En seguida, tomando de los dioses el mejor principio, y dando a entender al pueblo que el general, por olvido y desprecio de las cosas divinas y no por falta de sus soldados, había incurrido en aquella ruina, le exhortó a que no temiese a los enemigos con aplacar y venerar a los dioses; no porque pensase en fomentar la superstición, sino con la mira de alentar con la piedad el valor, y de quitar y templar, con la esperanza puesta en los dioses, el miedo de los enemigos. Registráronse en aquella ocasión muchos de los libros proféticos arcanos, a que daban grande importancia, llamados sibilinos, y se dice que varios de los vaticinios en ellos contenidos venían muy acomodados a las desgracias y sucesos entonces presentes, bien que su contenido con ninguno otro podía comunicarse. Presentándose, pues, el Dictador ante la muchedumbre, hizo voto a los dioses de toda la cría que hasta la primavera de aquel año tuviesen las cabras, las cerdas, las ovejas y las vacas en todos los montes, campiñas, ríos, y lagos de la Italia, y ofrecérselo todo en sacrificios: ofreció además espectáculos de música y escénicos, en que se gastasen trescientos treinta y tres sestercios, y trescientos treinta y tres denarios, y un tercio más; que en una suma hacen ochenta y tres mil quinientos ochenta y tres dracmas y dos óbolos. Es difícil dar la razón del cuidadoso modo de numerar aquella cantidad; a no ser que crea alguno haber sido recomendación de la virtud del número tres, porque por su naturaleza es perfecto, el primero de los impares, principio en si del plural, y abraza las primeras diferencias y los elementos de todo número, mezclándolos y como juntándolos en uno.