Puso guardas en las puertas para que estorbasen el paso a la muchedumbre que trataba de huir y abandonar la ciudad. Señaló lugar y término al luto, mandando que sólo se hiciese dentro de casa y por treinta días, pasados los cuales cesase todo duelo y no quedasen en la ciudad vestigios de él. Vino a caer en aquellos días la fiesta solemne de Ceres, y pareció más conveniente omitir los sacrificios y toda la demás pompa de ella, que hacer patente con el corto número y el abatimiento de los concurrentes la grandeza de aquella desventura; cuanto más, que hasta la Divinidad parece que se regocija con adoradores que estén contentos. Para aplacar a los dioses y apartar lo infausto de los prodigios, hízose lo que los augures prescribieron, porque fue enviado a Delfos, a consultar al dios, Píctor, pariente de Fabio; y como se hubiese echado de ver que habían sido seducidas dos de las vírgenes vestales, la una fue enterrada viva, como es costumbre, y la otra se dio la muerte. Lo que hubo más de admirar en la prudencia y mansedumbre de la ciudad fue que, viniendo de aquella fuga el cónsul Varrón tan humillado y abatido como debía venir quien de tanta afrenta e infortunio había sido causa, le salieron a recibir hasta la puerta el Senado y el pueblo, haciéndole la salutación acostumbrada, y los magistrados y los principales senadores, de cuyo número era Fabio, cuando hubo silencio, le elogiaron de que no había desesperado de la república después de tamaña desgracia, sino que se presentaba para ponerse al frente de los negocios, obrar según las leyes y valerse de los ciudadanos, como que todavía tenían remedio.