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Echando de ver Marcio que el Senado, por amor a él y por miedo a la plebe, estaba en la mayor duda y perplejidad, preguntó a los tribunos qué era de lo que le acusaban y sobre qué crimen le llevaban a ser juzgado por el pueblo. Respondiéndole éstos que la acusación era de tiranía y le probarían que tiranizar había sido su intento, se levantó prontamente, y de ese modo dijo: “Ahora mismo voy ante el pueblo a defenderme, y no rehuso ningún modo de juicio, ni, si soy vencido, ningún género de pena, con tal que sobre esto sólo sea mi acusación y no engañéis al Senado”. Y convenidos en ello, según lo tratado, se entabló el juicio. Congregado el pueblo, ya desde luego hubo la novedad de que se obtuvo a la fuerza por los tribunos que la votación se hiciese, no por curias, sino por tribus, consiguiendo con esto que sobre los hombres acomodados, conocidos y compañeros de Marcio en el ejército, prevaleciera en sufragios una muchedumbre pobre, jornalera y poco cuidadosa del decoro. Después de esto, abandonando el juicio de tiranía, para el que no tenían pruebas, trajeron a discusión el discurso de Marcio en el Senado, cuando se opuso a la disminución del precio del trigo y se empeñó en que se quitara a la plebe el tribunado. Acusáronle también de otro nuevo crimen, que fue la distribución del botín que hizo en la comarca de Ancio, no habiéndolo aportado al erario público, sino repartido a los que militaron con él; que se dice haber producido en Marcio grande trastorno, porque de ningún modo lo esperaba; así cogido de repente, no le ocurrieron razones bastante persuasivas para hablar a la muchedumbre, y antes con hacer el elogio de los que fueron de la expedición indispuso contra sí a los que no se hallaron en ella, que eran en mucho mayor número. Finalmente, dadas las tablas a las tribus, excedieron de tres las que le condenaban, siendo la pena destierro perpetuo. Luego que esto se anunció al pueblo, salió de la plaza con un gozo y una satisfacción cual no había manifestado nunca después de haber vencido a sus enemigos. Por el contrario, del Senado se apoderó una gran pesadumbre y abatimiento, arrepintiéndose y llevando muy a mal el no haberse expuesto a todo antes que consentir que la plebe los maltratase, autorizada con tan exorbitante facultad: de manera que para distinguirlos no había entonces necesidad de atender al vestido u otras insignias, sino que al instante se echaba de ver que el que estaba contento era plebeyo, y patricio el que se mostraba incomodado.

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