24

En Roma la ojeriza de los patricios contra la plebe, acrecentada con la condenación de Marcio, causó grande alteración; además, los agoreros, los sacerdotes y los particulares referían muchos prodigios que debían inspirar cuidado. Cuéntase uno de ellos en esta forma: había un Tito Latino, hombre poco conocido, no de la clase jornalera, sino medianamente acomodado, libre de toda superstición y más todavía de ostentación y jactancia. Éste, pues, tuvo un sueño, en el que se le apareció Júpiter y le mandó dijese al Senado que había sido danzante poco diestro y poco agradable el que había prevenido para que fuese delante de su procesión. Cuando tuvo este ensueño, dijo que a la primera vez no hizo caso, y que cuando segunda y tercera lo despreció también, le vino la nueva de la muerte de un hijo muy apreciable, y de repente se le baldó el cuerpo sin poderse valer de él: de todo lo que, habiéndose hecho llevar en hombros, dio cuenta al Senado; y según dicen, no bien lo hubo ejecutado, cuando sintió fortalecido su cuerpo y se retiró andando por su pie. Quedáronse los senadores atónitos e hicieron grandes pesquisas sobre este suceso, que resultó haber pasado así: un amo entregó en manos de los otros a uno de sus esclavos con orden de que lo llevaran por la plaza dándole azotes y después le quitaran la vida. En pos de ellos, cuando así lo cumplían y hostigaban al esclavo, que con el dolor daba mil vueltas y hacía muchos movimientos y contorsiones poco graciosas, acertó por casualidad a ir la rogativa de Júpiter, a cuya vista muchos de los que allí se hallaron sintieron incomodidad, viendo un espectáculo tan triste y aquellas odiosas contorsiones; mas ninguno se interpuso, y sólo se contentaron con decir denuestos e imprecaciones contra el que tan ásperamente castigaba. Trataban entonces a los esclavos con mucha equidad, por trabajar a su lado, y porque viviendo juntos usaban con ellos de gran dulzura y familiaridad: así el mayor castigo de un esclavo descuidado era hacerle que, tomando el palo del carro en que se sostiene el timón, saliese así por la vecindad; porque el que sufría, y era visto de los conocidos y vecinos, quedaba para siempre desacreditado; y a este tal le decían por apodo Furcifer, porque llamaban horquilla los Romanos a lo que los Griegos apoyo o sostén.

Share on Twitter Share on Facebook