Presentóse al llamamiento Marcio, y habiendo hablado a la muchedumbre, como no menos que por las armas se hubiese mostrado por su elocuencia hombre denodado y guerrero, y aun extraordinario en sus pensamientos y su osadía, se le confirió juntamente con Tulo el absoluto mando para aquella guerra. Mas temeroso de que el tiempo que los Volscos habían de gastar en sus preparativos, que podía ser largo, le arrebatase la oportunidad de obrar, encargó a los principales ciudadanos y a los magistrados que activasen y pusiesen en orden todas las cosas, y él persuadiendo a los más decididos a que voluntariamente les siguiesen sin alistamiento, invadió repentinamente el país de los Romanos, cuando menos lo esperaban. Así es que recogió tan inmenso botín, que los Volscos tuvieron para retener, para llevar y para consumir en el ejército, hasta cansarse. Era con todo la menor mira de aquella expedición el procurarse provisiones y el talar y devastar la comarca; el objeto principal era acrecentar la discordia entre los patricios y la plebe, para lo que, arrasando y destruyendo todo lo demás, en los campos de los patricios no permitió que se hiciera el más leve daño, ni que nadie tomara de ellos cosa alguna. Con efecto, por esta causa fue mayor la disensión y contienda entre ellos, acusando a la plebe los patricios de haber desterrado injustamente a un varón de tan grande importancia y culpando a éstos la plebe de haber llamado por encono a Marcio; a lo que añadía que después le dejarían a ella la guerra, quedándose tranquilos espectadores, por cuanto tenían a la parte de afuera por guarda de su hacienda y de sus bienes a la misma guerra. Hecho esto, con lo que Marcio inspiró a los Volscos mucho aliento y confianza, se retiró con la mayor seguridad.