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Cuando ya se hubo desahogado cumplidamente, como advirtiese que su madre iba a dirigirle la palabra, llamando la atención de los Volscos más principales, prestó oídos a Volumnia, que habló de esta manera: “Puedes echar de ver ¡oh hijo!, aun cuando nosotras no lo digamos, coligiéndolo del vestido y de los semblantes, a qué punto de retiro y soledad nos ha traído tu destierro; reflexiona después cómo somos entre todas las mujeres las más desventuradas, puesto que nuestra mala suerte ha hecho que el encuentro, para otras más delicioso, sea para nosotras el más terrible; para mí viendo a un hijo, y para ésta viendo a un marido que amenaza con destrucción a los muros de la patria; y que lo que es para los demás un consuelo en todos sus infortunios y desgracias, que es el orar a los Dioses, sea para nosotras objeto de mucha duda; porque no nos es posible pedir a un mismo tiempo que la patria venza y que tú quedes salvo, sino que nuestros votos se han de parecer a lo que por maldición pudiera desearnos nuestro mayor enemigo; forzoso es que o de la patria o de ti vengan a quedar privados tu mujer y tus hijos. Por lo que a mí toca, la desventura que haya de traer esta guerra no me cogerá viva; pues si no pudiere persuadirte a que, restableciendo la amistad y la concordia, seas antes el bienhechor de ambos pueblos que la ruina de uno de ellos, ten entendido y está preparado a que no podrás acercarte a combatir la patria sin que primero pases por encima del cadáver de la que te dio el ser; puesto que no debo aguardar aquel día en el que vea que, o triunfan de mi hijo los ciudadanos, o él triunfa de la patria. Y si yo te propusiera que salvaras a ésta con ruina de los Volscos, la prueba sería para ti, oh hijo mío, ardua y difícil, porque el destruir a tus conciudadanos no es honroso, y el, hacer traición a los que de ti se han confiado es injusticia; más ahora la paz que te pedimos es saludable a todos, y más honesta y gloriosa todavía para los Volscos, pues apareciendo superiores, se entenderá que son los que conceden tan grandes bienes, no entrando ellos menos por eso a participar de la paz y de la amistad, de las cuales serás tú el principal autor si se consiguen; y si no se consiguieron, a ti solo te echarán la culpa unos y otros. Y, en fin, siendo la guerra incierta, esto hay de cierto desde luego: que si vences, te está preparado el ser la abominación de tu patria, y si eres vencido, has de tener la opinión de que por sus resentimientos has hecho venir sobre tus amigos y bienhechores las mayores calamidades”.

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