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Todavía festejan a otra Larencia con esta ocasión, el custodio del templo de Heracles, estando un día ocioso, propuso al dios que jugasen a los dados, estipulando que, si él ganaba, había el dios de darle alguna cosa de valor, y ofreciéndole si perdía que tendría una mesa opípara y una buena moza con quien reposase. Tirando, pues, por Heracles, y luego por sí, se vio que había perdido; y queriendo llenar bien su promesa y estar, como era justo, a lo convenido, preparó a Heracles un banquete, y concertándose reservadamente con Larencia, que era muy bonita, la llamó al convite, y en el templo les aderezó un lecho, encerrándolos acabada la cena, como para que gozase de ella el dios. Cuéntase que éste se le apareció, y le mandó que fuese de madrugada a la plaza, y saludando al primero que encontrase lo hiciese su amigo. Encontróse con ella uno de los ciudadanos, hombre ya de bastante edad, a quien la suerte había favorecido con una buena hacienda, y al mismo tiempo sin hijos, pues nunca había tenido mujer: su nombre era Tarrucio. Unióse a ella, y la tuvo en aprecio, y a su muerte la dejó heredera de muchas y excelentes posesiones, la mayor parte de las cuales legó ella después al pueblo en su testamento. Cuéntase que siendo ya muy celebrada, y teniendo fama de ser favorecida del dios, se desapareció en el mismo sitio en que la otra Larencia fue sepultada, el cual se llama ahora Belauro, porque en las frecuentes crecidas que tiene el río van con barcos al Foro por aquel paraje, y a esta especie de navegación la llaman Belatura. Otros son de sentir que los que dan espectáculos defienden con lienzos la calle que va desde la plaza al Hipódromo, empezando por aquel sitio; y en latín estos lienzos se llaman velas; éste es el motivo por que la segunda Larencia es tenida en veneración entre los Romanos.

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