Desconfiando, pues, de que el Corintio fuese mejor que ellos, sino que les vendría también con los mismos sofismas y los mismos atractivos, lisonjeándolos con buenas esperanzas y con proposiciones llenas de humanidad, para inclinarlos a la mudanza de nuevo dueño, empezaron a sospechar y a estorbar el fruto de las exhortaciones de los Corintios; a excepción únicamente de los Adranitas que, habitando una ciudad , aunque pequeña, consagrada a Adrano, cierto dios muy venerado en toda la Sicilia, discordaron entre sí, implorando unos a Hícetes y los Cartagineses, y llamando otros a Timoleón. Sucedió, pues, por pura casualidad, que, acelerándose éste y aquellos, en un mismo punto de tiempo concurrieron al llamamiento unos y otros, trayendo Hícetes cinco mil hombres y no teniendo Timoleón entre todos más que unos mil y doscientos, con los cuales salió de Tauromenio para Adrano, que distaba unos trescientos y cuarenta estadios. Y en el primer día, habiendo andado poca parte del camino, hizo alto; mas al siguiente, marchando sin reposo y venciendo pasos escabrosos y difíciles, cuando comenzaba a declinar el día, oyó que Hícetes acababa de llegar a la ciudad y se había acampado en las inmediaciones. Los jefes y capitanes de los Cuerpos empezaban a acampar también a los que llegaron primero, pareciéndoles que pelearían con más ardor después de haber tomado alimento y haber descansado; mas sobreviniendo Timoleón, les hizo presente no ejecutasen semejante cosa, sino que marcharan prontamente y cayeran sobre los enemigos, que andarían desordenados, como era regular sucediese, estando descansando de una marcha y descuidados en las tiendas y en los ranchos; dicho esto, embrazó el escudo y guió el primero como a una victoria cierta. Siguiéronle denodadamente los demás, hallándose de los enemigos a menos de treinta estadios, los que anduvieron muy luego, y dieron sobre éstos, que se desordenaron y huyeron a la primera noticia que tuvieron de su venida; así es que sólo mataron unos trescientos, y fueron más que doblados los que cautivaron, tomándoles también el campamento. Los Adranitas, abriendo las puertas de la ciudad, se unieron con Timoleón, refiriéndole con asombro y susto que, no bien se había empezado el combate, cuando por sí mismas se habían abierto las puertas sagradas del templo, y habían advertido que la lanza del dios se blandió por la punta y su semblante estaba bañado de copioso sudor.