Hícetes, cuando vio que había errado el golpe, y que eran muchos los que se pasaban a Timoleón, se reprendió a sí mismo de que, siendo tantas las fuerzas de los Cartagineses, parecía que se había avergonzado de usar de ellas, y sólo como a escondidas y a hurtadillas se había valido de su auxilio. Envió, pues, a llamar a Magón su general, con todo el cuerpo de sus tropas, el cual, por lo pronto, impuso miedo presentándose y tomando el puerto con ciento cincuenta naves, y conduciendo sesenta mil infantes que hizo acampar dentro de la ciudad de Siracusa: de manera que todos creían ser ya venida sobre la Sicilia aquella barbarie tan decantada y esperada de antemano, por cuanto nunca antes habían logrado los Cartagineses, a pesar de haber peleado mil veces en Sicilia, tomar a Siracusa, mientras entonces, admitiéndolos Hícetes, y entregándosela, había venido aquella ciudad a ser un campamento de los bárbaros. En tanto, los Corintios que ocupaban el alcázar no se sostenían sino con gran dificultad y trabajo, no recibiendo todavía víveres suficientes, antes escaseándoles por estar bien guardados los puertos, y teniendo que estar en continuos combates y peleas, ya defendiendo las murallas y ya teniendo repartida su atención en las máquinas y en todos los medios e instrumentos de un sitio.