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Con todo, Timoleón no se olvidaba de socorrerlos, enviándoles de Catana víveres en barquillos de pescadores y en pequeños transportes, que principalmente en los momentos de tormenta se escabullían entre las galeras de los bárbaros, mientras a éstas las tenían separadas el oleaje y la borrasca. Echándolo de ver Magón e Hícetes, determinaron tomar a Catana, de donde los sitiados se surtían de lo necesario, y reuniendo la parte más aguerrida de sus fuerzas, dieron la vela desde Siracusa. Mas el corintio Neón, que éste era el nombre del que mandaba a los sitiados, observando desde el alcázar que los que habían quedado de los enemigos estaban con poca vigilancia y cuidado, cargó de improviso sobre ellos en ocasión de hallarse desunidos, y dando muerte a unos, y obligando a otros a retirarse, tomó y ocupó el punto llamado Acradina, parte la más fuerte de la ciudad de Siracusa, la cual parece en alguna manera compuesta y formada de muchas poblaciones. Provisto, pues, de víveres y de dinero, no abandonó aquel sitio ni se acogió de nuevo al alcázar, sino que, fortificando la circunferencia de la Acradina, y juntándola por medio de obras avanzadas con aquella ciudadela, la tuvo en custodia. Alcanzó en esto un soldado de a caballo de los de Siracusa a Magón e Hícetes, que ya estaban cerca de Catana, y les refirió la pérdida de la Acradina. Aturdiéronse con semejantes nuevas y se retiraron precipitadamente, sin tomar la ciudad a que se encaminaban, y sin conservar la que poseían.

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